Interioridad
Oración
Nuestra jornada está tejida por diversos tiempos de oración personal y comunitaria que nos ayudan a vivir la presencia de Dios, la unión con él durante todo el día y a vivir en comunión con los demás.
La oración litúrgica y la oración personal, la realizamos en nombre de la Iglesia y unidas a toda la Humanidad. Siguiendo las huellas de san Agustín buscamos la unión con Dios por la Interioridad. «No salgas fuera de ti, retorna a ti mismo, la Verdad, Dios, habita en el hombre interior».
Orar nos dice san Agustín «es elevar el corazón a Dios… Tu oración es un hablar a Dios. Cuando lees su palabra, Dios te habla a ti; cuando oras, tú le hablas a Él». (Comentario al Salmo 85,7).
En la oración tiene lugar la conversión de nuestro corazón a Dios, que está siempre dispuesto a darnos sus dones, si nosotros estamos preparados para recibirlos.
«Tu deseo es tu oración; si tu deseo es continuo, continua es tu oración. Mantén vivo tu deseo, mantén vivo tu amor. Dejas de orar si dejas de amar». (Comentario al Salmo 37, 14).
Nuestro camino de oración es Cristo, la invocación de su Nombre. La humanidad de Jesús es el camino por el que el Espíritu nos enseña a orar a Dios nuestro Padre y a vivir como hijos suyos.
Liturgia de las horas
La Liturgia de las Horas es una forma de plegaria comunitaria y tradicional de la Iglesia que está recuperando el Pueblo de Dios. Es una plegaria eclesial que impregna de sentido cristiano el tiempo de las personas. Con los Laudes y las Vísperas se inicia y clausura el día con la alabanza y la acción de gracias al Señor.
La litúrgica es un continuo hablar de Dios hablando con Él. La fe se alimenta de la Palabra de Dios orada: “buscad leyendo, y encontraréis meditando, llamad orando y se os abrirá por la contemplación” (monje Guido).
La Oración litúrgica es nuestra principal tarea y misión, es la oración del Cuerpo de Cristo, oramos en nombre de la Iglesia, por encima de las circunstancias personales o estados de ánimo, bendiciendo y suplicando a Dios en unión con Cristo por todos los hombres
En los Salmos encontramos toda la riqueza y toda la miseria de la vida del hombre, a través de ellos nos unimos a toda la Humanidad, glorificando a Dios por su obra Creadora y Redentora y suplicando que su Salvación llegue a todos los hombres.
Rezar la Liturgia de las Horas es un regalo, es la oportunidad de dar voz a la Iglesia de la tierra y a la del cielo para cantar su amor a Aquel que nos ha amado primero, y participar del diálogo amoroso que el Padre, el Hijo y el Espíritu mantienen eternamente.
Eucaristía
En la Eucaristía, como culmen del día, ofrecemos la propia vida unida a la ofrenda de Cristo, en adoración y acción de gracias, y como intercesión por el mundo entero.
Es el alimento diario que nos va configurando con Cristo, con sus sentimientos, pensamientos, acciones… y nos permite recrear cada día la comunidad en el amor haciendo de muchos corazones uno solo.
S.Agustín la define como «Sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad». Es el sacramento del encuentro con la persona de Jesús, en él la mirada del corazón reconoce a Jesús.
Palabra de Dios
Dios habla, se revela en su Palabra, en los acontecimientos y en el silencio, donde es posible abrir el oído del corazón y percibir la voz del Hijo amado del Padre que indica el camino.
A través de la meditación de la Palabra, el Espíritu, como maestro interior, nos introduce en el Misterio de Dios y de la propia persona, nos lleva a conocer y experimentar el amor de Cristo, y a encarnarlo en los hermanos.
La respuesta a la Palabra varía según la vivencia: es oración de alabanza y de acción de gracias; es súplica para librar el combate de la fe ante las pruebas; es intercesión por los que no creen, por la evangelización; es adoración-contemplación, estando a los pies de Jesús, en su presencia, permaneciendo en su Amor, y en comunión con toda la Humanidad, pues todas las personas son amadas por Dios.
La Palabra de Dios es fuente inagotable de vida, alimenta el camino cotidiano, la oración, la contemplación, y es principio de comunión para la comunidad, pues juntas la acogemos, meditamos, vivimos y compartimos los frutos que nacen de esta experiencia.
Estudio como conocimiento sapiencial de Dios
El tiempo de estudio y lectura espiritual nos ayuda a profundizar en el conocimiento de Dios y de nosotros mismos a través de las Escrituras, de la propia Espiritualidad y de la Doctrina de la Iglesia. Un estudio realizado como búsqueda de la sabiduría divina y como discernimiento de las huellas de Dios en el hombre y en el hoy de la historia. “Nada mejor, nada más gozoso que, distante de todo bullicio, profundizar en el tesoro divino” comenta san Agustín.
La formación de la persona consagrada es un itinerario que debe llevar al encuentro y configuración con el Señor Jesús, asimilando sus sentimientos de entrega total al Padre. Es un proceso que no termina nunca y que abarca la totalidad de la persona, integrando todas sus dimensiones: humana, cultural, espiritual, pastoral, y promoviendo su desarrollo de forma armónica y progresiva, respetando la propia singularidad.
En la vida contemplativa la formación inicial abarca un periodo de 9 a 12 años, con distintas etapas: Aspirantado, Postulantado, Noviciado y Profesión simple. En ella, la candidata, se inicia en el seguimiento de Cristo, según el carisma, integrando sus dones con los valores de la propia vocación, y realizando un discernimiento espiritual y vocacional desde un acompañamiento personalizado. La formación permanente, personal y comunitaria, es un proceso de continua conversión del corazón y exigencia de fidelidad creativa a la propia vocación, que abarca toda la vida.
Silencio como camino de libertad hacia el propio corazón donde el Señor habita.
A lo largo de la jornada, con un ritmo equilibrado, se va intercalando la oración comunitaria y personal, el trabajo, el estudio, la convivencia fraterna…, todo ello como «liturgia de la vida», ofreciendo cada momento al Señor como «sacrificio espiritual», vivificado por la fe y el amor; y en un clima de silencio, como camino de libertad que conduce a la escucha, la admiración y contemplación de su Presencia.
El silencio es vacío de sí para dejar espacio a la acogida del Otro y de los otros, para adquirir una mirada de fe que capte la presencia de Dios en la historia personal, en la de las hermanas que el Señor nos da y en los acontecimientos del mundo.
Nuestra vida exige un espacio y un tiempo que hemos de saber valorar y amar. Un espacio que invita hacia lo interior, hacia el silencio y la contemplación y un tiempo que está lleno de la presencia de Dios y del amor, que prefigura la eternidad.;